RELATOS COTIDIANOS: junio 2011

25 junio 2011

LA INCREÍBLE VIDA DE EDITH PIAF

Nació con el nombre de Edith Giovanna Gassion, hija de una cantante ambulante y de un acróbata de circo que la abandonó antes de que ella naciera. Su madre a punto de dar a luz, no alcanzó a llegar a la maternidad y Edith nació en plena calle debajo de una farola frente al número 72 de la rue de Belleville en París el 19 de diciembre de 1915.

La mujer era demasiado pobre para criarla y se la entregó al cuidado a su abuela materna, quien en vez de leche, la alimentaba con vino, con la excusa de que así se eliminaban los microbios. Después la entregó a su padre, quien estaba a punto de ir al frente en la Primera Guerra Mundial, lo que lo llevó a dejar a la niña con su abuela paterna (dueña de una casa de prostitución en Bernay, Normandía) donde Edith fue criada por las prostitutas del lugar.

Cuando apenas tenía cuatro años, una meningitis la dejó ciega, pero poco después recobró la vista gracias, según explicó su abuela, al devoto peregrinaje a la iglesia de Santa Teresita del Niño Jesús, en Lisieux, que la mujer hizo con su nieta.

Si los primeros años de la vida de Edith fueron difíciles, los de su adolescencia fueron peores. Cuando apenas tenía diez años su padre enfermó gravemente y la pequeña empezó a cantar por la calle, recogiendo las monedas que los transeúntes le arrojaban. En aquellas primeras actuaciones, Edith sólo cantaba la Marsellesa, el himno nacional francés, porque esa era la única canción que conocía.

Luego, su padre la llevó consigo a vivir la vida de los artistas de los pequeños circos itinerantes, la del artista ambulante, independiente y miserable. Edith reveló su talento y su excepcional voz en las canciones populares que cantó en las calles junto a él, tal como su madre lo hacía.

En 1933, a los 17 años, tuvo una hija con su amante Louis Dupont, llamada Marcelle, quien murió de meningitis a los dos años de edad.

Edith a pesar de no ser precisamente una mujer guapa y de medir apenas 1,53 m de estatura, era una de esas femmes fatales que emanan un encanto especial y que hacía que los hombres cayeran rendidos a sus pies.

Por su vida pasaron desde sus inicios, pequeños rufianes, artistas callejeros y después hasta hombres famosos como Marlon Brando, Yves Montand, Charles Aznavour, o Georges Moustaki. Jugaba a deslumbrar, los conquistaba y los abandonaba. También sucumbieron a sus encantos el famoso campeón de boxeo Mercel Cerdan y actores como John Garfield. Incluso la famosísima Marlene Dietrich que le regaló un diamante de un cuarto de kilo por una apasionada noche de amor.

Edith seguía viviendo “La vie en rose” a pesar de un terrible accidente automovilístico en el que sufrió varias fracturas. Los médicos le prescribieron morfina, a la que rápidamente se hizo adicta.

“Durante cuatro años viví casi como un animal o una loca: nada existía para mí más allá del momento en que me era aplicada mi inyección y sentía por fin el efecto de la droga”.

Sin embargo, esta vida desenfrenada que no la llenaba ni la hacía feliz, era la única que tenía y la disfrutaba, la que asumía como parte de su esencia, por eso es que cada vez que cantaba a viva voz la famosa canción (que la identificaba perfectamente) "Non, Je Ne Regrette Rian" (No, no me arrepiento de nada), se le llenaban los ojos de lágrimas.


Llegó a sus 46 años bien recorridos, y sin saber cómo, encontró de pronto al gran amor de su vida. Se involucró en una relación que sorprendió al mundo. Se enamoró locamente de Théo Sarapo, un joven griego 20 años menor que ella.

Edith aseguraba que éste era el definitivo y más grande amor de su vida. Se casó con él y todo el mundo pensó que se trataba de un “gigoló” que quería aprovecharse de su fortuna.

Para la gente fue difícil creer en el amor de una mujer mayor y famosa con un joven griego, pero Edith gritó a los cuatro vientos que Théo era el único hombre que había amado.

Un año después de casarse con el joven griego, en 1963, Edith Piaf murió en su casa del Boulevard Lannes a la edad de 47 años, víctima de una cirrosis avanzada y con sus facciones deterioradas debido a la morfina. El gran amor de su vida sólo le duró un año.

Théo Sarapo fue el único heredero de Edith Piaf. Los derechos discográficos, de autor y cinematográficos fueron a parar a su cuenta bancaria. Eso confirmaba las sospechas de la gente.

La imagen de gigoló, inescrupuloso y aprovechador, se extendió por todo el mundo, mientras el silencio del griego confirmaba todas esas sospechas. Sin embargo, siete años después Théo Sarapo volvió a ser noticia de primera plana en los periódicos. Se había suicidado. Sobrevivió hasta agotar la “fabulosa” herencia recibida de su mujer, es decir, una lista interminable de deudas.

La enfermedad y adicción de Edith Piaf la había dejado en bancarrota y con las deudas hasta el cuello. Théo Sarapo, en silencio, las fue pagando como pudo, una tras otra, y así hasta dejar totalmente limpio el sagrado nombre de su amada. Cuando llegó a pagar el último centavo se quitó la vida. ¿Para qué la quería si no podía compartirla con el único amor de su vida?

Théo Sarapo les enseñó al mundo y a sus detractores otra hermosa lección de amor. Durante los siete años que demoró en pagar las deudas de su amada Edith, jamás se lo vio con otra mujer.


En su mesilla de noche hallaron una tarjeta que decía: "Pour toi Edith, mon amour".


11 junio 2011

LA COMA (Julio Cortázar)

Julio Cortázar escribía:


"La coma, esa puerta giratoria del pensamiento"


Lean y analicen la siguiente frase:

"Si el hombre supiera realmente
el valor que tiene la
mujer andaría en cuatro patas
en su búsqueda".


Si usted es mujer, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra mujer.

Si usted es varón, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra tiene.



Es sorprendente. Y a partir de hoy, habrá que tener mucho cuidado cuando escribimos sin respetar las comas o sin colocarlas en el lugar indicado...


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