No tengo dudas de que en las últimas décadas del siglo XX, se modificaron las conductas de las mujeres en el mundo occidental.
¿Quién no recuerda la imagen de alguna abuela rodeada de hijos?La mujer nacía para eso, casarse y ser madre.
Salvo algunas revolucionarias que tuvieron la osadía de estudiar y se convirtieron en excelentes profesionales, la mujer tuvo siempre un destino preestablecido por la sociedad. A ninguna se le hubiera ocurrido reclamar por sus derechos. ¿Qué derechos?
Aún así dadas las cosas, ellas eran felices. Se casaban muy jóvenes y traían al mundo un batallón de críos. No había planificación familiar por aquellos tiempos, pero igual todos eran bien recibidos.
Imaginen que no había televisores (rareza impensada para esta época). Pero...¿Qué otras cosas no había entonces?
Por empezar, pañales descartables, pero tampoco tenían heladera, lavarropas, microondas, aspiradoras ni las modernas procesadoras. No existían los grandes supermercados ni los delivery. De modo tal que la señora de la casa recorría diariamente el barrio en busca de los alimentos necesarios para su subsistencia y la de su familia.
También era común que ellas supieran coser, tejer y hasta bordar. De modo que no era nada extraño ver a todos los niños uniformados con prendas hechas en casa.
Si hoy tuviéramos que vivir bajo semejantes condiciones, no nos alcanzaría un día de 48 horas para cumplir con nuestras obligaciones.
De vivir así, no habría manifestaciones por los derechos de la mujer, pues no tendríamos tiempo de asistir a ellas.
La mujer, en los últimos 50 años, intentó reivindicar la igualdad respecto del hombre. Y tanta lucha comenzó a dar sus frutos.
Así, cada vez fue más sencillo conseguir trabajo casi a la par del hombre, aunque con sueldos inferiores. Pero no importó. Todo fuera por nuestros derechos.
Cualquier mujer aprendió a cambiar lamparitas, cueritos y a arreglar enchufes con la mera finalidad de equipararnos con el sexo fuerte. Pero no importó. Todo fuera por nuestros derechos.
Las más crédulas creyeron haber conseguido lo que tanto buscaban. Pero todavía faltaba un paso: la igualdad en las obligaciones domésticas.
Tanta insistencia en los reclamos, también dio sus frutos. Pero en este caso, a medias.
Hoy, los hombres son capaces de cambiar pañales y de ir de paseo por un supermercado. Pero no conozco hombre alguno que coopere. Porque cooperar significa trabajar en conjunto. Y lo que vemos habitualmente es a una señora feminista que sale corriendo de su trabajo cuando la han llamado de la escuela porque su hijo se sentía mal. A una señora feminista que lleva al chico al pediatra porque el padre del nene tiene una reunión de trabajo y no llega. A una señora feminista que llega a su casa luego de una ardua jornada laboral, se saca los zapatos y en medio del caos de su hogar se pregunta ¿Por dónde empiezo?
La misma señora feminista, seguramente saldrá corriendo a comprar algo rápido para la cena y quizás, si no hay ningún programa de televisión que se lo impida, su compañero inseparable se ofrecerá a lavar los platos para que ella pueda ayudar a sus hijos con las tareas escolares.
Humildemente, creo que el hombre se ha hecho a un lado para darle a la mujer el espacio que tanto reclamó. Es más, le ha cedido a la mujer su propio espacio con moño y todo.
Ya casi no hay hombres que se ofrezcan a pagar una cena o que nos corran una silla. ¿Para qué? Si somos iguales...
Tan iguales somos, que las mujeres en los últimos años, nos hemos puesto a la par con respecto a ellos. Ahora vivimos estresadas, somos hipertensas y padecemos enfermedades cardiovasculares casi como los hombres.
Ahora sí podemos expresar con orgullo que somos feministas...
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